
La distopía brasileña “3%” relata una sociedad postapocalíptica en la que algunas pocas personas pueden acceder a lo que queda de habitable en la tierra. No tiene mucho de novedosa, pero es la primera distopía latinoamericana que tuvo fuerte impacto en Netflix. Y casualmente sucedió en el contexto de un Brasil gobernado por Jair Bolsonaro — ese que levantó a un enano mientras sus seguidores le gritaban “¡Não é uma criança!”.
Es paradójico como esos seres que traen tanta destrucción, maltrato y malestar a su paso, nos dan momentos hilarantes como el más reciente en Lomas de Zamora donde, luego de recibir un brócoli por la cabeza, los libertarios huyeron cual malvados de dibujitos olvidando a un Espert que debió ser trasladado en moto.

Nuestra nación tiene muchas cosas, pero no se puede decir que no lucha por subsistir. Aún en sus peores momentos encuentra la forma más inesperada de poner un freno a los maltratos y la violencia provenientes de la clase dominante. Porque seamos francos: los payasos gobernantes no pertenecen a ese anacrónico “los políticos” si no que son el caballo de Troya de una pequeña porción de la población que es asquerosamente rica y se considera la única con derecho a vivir. Ese 3% del que habla el drama brasileño.
No confundir con el 3% que por ahí circula, estarían recibiendo a cambio de ser los guardianes del saqueo más grande que vivió nuestra Nación.
Que representantes como una travesti, un niño autista, una cantante pop, algún que otro streamer resulten los más valientes contra este gobierno criminal solo nos indica que la cultura está intentando mostrarnos el camino del reencuentro y el reordenamiento.
Podemos concluir que ante la crisis de representatividad siempre existirá una producción cultural que nos recuerde quienes somos y hasta donde vamos a negociar nuestra valía como Nación.


