Historia de una habitante de la Comarca que logró ser repatriada antes del cierre de las fronteras y ahora realiza la segunda semana de cuarentena obligatoria.
Desde la Embajada me respondieron a la media hora de enviado el correo, eran las 23 hs. en Alemania y hacía 4 días que en Argentina había comenzado la cuarentena obligatoria. En la comunicación me pedían que confirmara mi plaza para un posible vuelo de retorno completando unos datos antes de las 00. No decía ni cuando ni desde donde, sólo decía que costaría no mas de 500 euros. No pude contestar afirmativamente en una hora pero llené un formulario para quedar en espera.
Al otro día fui a intentar buscar trabajo personalmente en los supermercados que era la última posibilidad que me quedaba. En el camino me llegó un mail de la embajada que había quedado en una lista de espera para vuelos de repatriación. Busqué trabajo sin éxito todo el día y hasta imprimí currículums que nunca entregué. Todos pedían que hablase alemán. Esa misma tarde me aceptaron para limpiar dos casas en Dusseldorf, bastante lejos, pero era algo para arrancar. Nunca fuí.
Minutos después, Alberto Fernández anunciaba el cierre a las repatriaciones argentinas en un marco en el que mucha gente llegaba del exterior pero no cumplía la cuarentena absoluta y obligatoria, lo cual generaba muchos infectados por contacto con esas personas que actuaban de forma irresponsable. Fue una medida que me pareció justa pero que resultó ser el empujón final para mi decisión de volver.

El 26 de Marzo recibí un mail de la embajada diciendo que tenía asignado un lugar en el último vuelo de repatriación el día 30 de Marzo desde la ciudad de Frankfurt a Ezeiza. Me invadieron nuevas dudas. Charlé con dos amigas de Argentina y con la pareja de amigos que vivían en Colonia. Me convencí que era una oportunidad de volver que no podía dejar pasar, y que iba a ser lo mejor para mi salud mental y física. Quería irme a casa y estar cerca, al menos, de mis seres queridos. Respondí confirmando el vuelo. Mis amigos también completaron el formulario y al otro día ya tenían sus lugares. Escuchamos que venían chicos de Dinamarca también a subirse a ese avión.
Los últimos dos días en Colonia arreglamos todo con los dueños de casa, devolví la bicicleta, fui a imprimir el formulario para presentar el día del vuelo e hice la mochila. Teníamos miedo que nos cancelaran el vuelo por la medida de cierre de fronteras del día anterior, pero al parecer el nuestro contaba como un viaje que ya estaba programado y era el último desde Alemania. Ese día nos enteramos de que un ministro de Economía de Alemania se había suicidado al identificar la enorme crisis a la que se enfrentaban. El país había duplicado en esa semana sus contagios en tanto que los muertos eran un número mucho mayor del que venían registrando. Ya no era modélica la propuesta de test masivos y la estrategia alemana se desplomaba.

El 29 a las 23.30 hora Alemania partimos con mis amigos a Frankfurt, esperamos hasta las 6 AM en el Aeropuerto, queríamos llegar con tiempo sin correr ningún riesgo de perder el avión que podía ser el último en mucho tiempo. Todo salió perfectamente. Llegamos a Argentina el lunes 30 de Marzo a las 8.30 PM aproximadamente.
El protocolo de seguridad era el distanciamiento social y completar una declaración jurada donde asegurabas no haber tenidos síntomas y que ibas a cumplir con la cuarentena obligatoria los siguientes 14 días. No nos revisaron la fiebre porque se confiaba en lo declarado. Cuando el avión descendía yo empecé a sentir que tenía fiebre, pensé en que podía ser la paranoia, los nervios, el estar sin dormir o algo de eso. Esperaba que me controlaran la fiebre en el aeropuerto. Nunca sucedió y pedí que lo hicieran, pero me respondieron que debía haberlo puesto en el formulario (el cual yo había llenado mucho antes de sentirme así).
Me convencí que era un malestar psicológico y busqué un taxi rumiando el enojo con esa persona que no había querido levantarse y llevarme al lugar donde me pudieran revisar. Yo pedí irme a la ciudad de La Plata donde contaba con una casa vacía y no iba a poner en riesgo a nadie. Pero los que tenían dirección en el interior debían ir a sus provincias. Yo me resistí y entendieron la situación: era lo más práctico. A medida que me alejaba del Aeropuerto me sentía cada vez mejor.
Llegué a casa, hablé con mi familia y amigos, comí, me bañé y caí rendida. Ya llevo siete días de cuarentena absoluta que respeto a rajatabla, y estoy en casa, en mi país. No hay lugar donde me sienta mas cómoda y contenida que acá. Me siento afortunada de haber podido entrar en ese vuelo…muchas personas están varadas en todas partes del mundo sin poder regresar y en variadas situaciones. Soy muy consciente de la suerte que tuve y de la responsabilidad que tengo de cuidar a los demás mediante mi cuarentena absoluta.

Hasta el momento sólo se acercaron algunos amigos y familiares a dejarme víveres en la puerta. Tomamos los recaudos de mantener distancia y lavamos todo con lavandina. Lamentablemente no todos se lo han tomado con esta responsabilidad y crecen los contagios. Esa actitud de unos pocos afectó a mucha gente que quiere volver y estaba dispuesta a cuidar a su país del virus. Entiendo que se hace lo que se puede, aunque siempre se podría hacer un poco más por el prójimo. Pero también es cierto que esto nos superó a todos mundialmente, que se desconoce mucho sobre el virus, que se aprende todo el tiempo algo nuevo del mismo, y que se va adaptando la estrategia el día a día. La curva de infectados por el momento no es ni por poco similar a las de Europa.
Hoy Alemania cuenta con 68 mil personas infectadas (107 mil casos totales desde el primer infectado), 2000 muertos y 37 mil recuperados. Se cerraron 30 mil casos, el resto siguen con el virus activo. Recién hoy lograron bajar de las 140 muertes diarias tras una semana de datos disparados. El índice de mortandad celebrado por todos cuando se aseguraba que se estaba a salvo por los tests masivos se volvió el mismo que el promedio mundial: 5% de muertes. La única vacuna para este virus es quedarnos en casa, practicar la empatía y la solidaridad.
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