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Las tetas son, sin dudas, las puertas del corazón.

En la semana de la lactancia materna compartimos este sensible texto de Diana Ezquerra; porque nutrir es siempre un gesto poético.

La primer succión que sentí en mis tetas fue un shock, pensé que no me lo iba a bancar y, como hasta ahora nada venía saliendo como en el cuento de hadas, respire hondo y empecé a mirar la cabeza diminuta de mi hija.

La sensación era dificil y me di cuenta que como muchas otras cosas iba a tener que aprenderla. Animarme a manejar ese nivel de contacto, a sentir ese río calentito de vida que me recorría y que me unía a mi hija de manera concreta y metafórica.

La noche que “me bajó la leche”, lloré de dolor, de angustia y caminé mi primera luna como puérpera por la casa.

Si hubiera sabido todas las noches que iba a pasar caminando no lo hubiera creido.

La noche es, testigo silenciosa de legiones de madres deambulando en tetas, con bebes colgando y con miles de preguntas sin respuestas.

Por suerte ignoré todos los consejos que me dieron sobre cómo dar la teta y amamanté cómo me pareció, sin relojes, sin corpiños apretados, sin sillas, carne con carne con mi hija, cuerpo a cuerpo, mirada a mirada.

Que yo haya amamantado a mis hijos no me convierte en mejor madre que quien le dio mamadera por la razón que sea, pero sí creo que es fundamental que hagamos uso del derecho que tenemos de ser informadas sobre los innumerables beneficios de la lactancia materna.

Lejos de la fantasía, amamantar es una experiencia única, intensa y personal pero que sin dudas las que pudimos transitarla sabemos de la magia infinita de abrir esa puerta.

Mas amor por las tetas por favor.

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