¿Dónde está lo que falta?
Precisamente ahí
Donde falta
Roberto Juarroz
Tanto en su campaña electoral como ya a cargo del gobierno del país, las premisas de La Libertad Avanza alardeaban del ajuste feroz pero necesario (dirían) que anhelaban imponer. Y si esos virulentos dichos anti casta política fueron la marca de las apariciones mediáticas del hoy presidente – antes diputado, pero parece que nunca casta- hoy han desaparecido para darle lugar a una frase más amplia, diríamos inclusiva en su cinismo. No hay plata. Eso anunciaba un recién electo Milei y la frase se volvía remera a la venta en las esquinas, meme y hasta canción de ritmo pegadizo. ¿Qué anhelo de nación, qué promesa colectiva puede contener esa frase?
Podemos rastrear sus antecedentes en la doctrina de Margaret Thatcher, primera ministra del Reino Unido que en su década de gobierno consolidó una legislación antiobrera y dejó además altos niveles de desocupación y una economía privatizada con fuerte desregulación del sistema financiero. Sus propuestas sintonizaban con un amplio sector de la sociedad, que veía al Estado benefactor como un apéndice burocrático y obsoleto de rescate a los fracasados. El mensaje de Thatcher pregnó fácilmente en la sociedad por la simplificación en sus discursos de los conflictos socioeconómicos del país, las constantes analogías con la vida doméstica y, por supuesto, la validación del esfuerzo individual para superar las crisis. El lenguaje del sentido común, concreto y violento que se festeja en términos de sinceridad y que en lo personal no deja de sorprenderme.
Entonces, volviendo a la Argentina de hoy: no hay plata. Astucia del lenguaje: diferencias entre el verbo haber que funciona como impersonal denotando la existencia de un objeto designado y el verbo tener que indefectiblemente señala a un sujeto (alguien tiene algo). Entonces si no hay plata, el dinero se ha fugado, desaparecido, no está en existencia y nadie puede hacer uso del mismo. Afirmación que choca prontamente con una de las primeras decisiones económicas del nuevo gobierno, que el 14 de diciembre estatizó deuda privada por treinta mil millones de dólares mediante la creación de un bono que respaldará la deuda de los importadores argentinos. Al final había plata, sólo que no para todo el mundo.
Mientras tanto, aunque cada vez con menos vehemencia, se sigue defendiendo el ajuste a los sectores de clases media y populares a partir de la suba indiscriminada de precios, la quita de subsidios y la decisión de no aumentar salarios públicos – que no son los de ministros sino los de médicos, docentes, brigadistas, etc- que demanda un ahorro ya de por sí imposible. Da asco citar a periodistas que han propuesto alegremente que se limiten a una comida diaria los sectores más empobrecidos de nuestra sociedad. Da tristeza escuchar a trabajadores y trabajadoras resignarse a hacer un esfuerzo en pos de un gobierno que les prometió una mejora en sus ingresos y calidad de vida y que en menos de un mes viene tomando todas las medidas para profundizar la pobreza. El no hay plata se vuelve mantra, sostiene una ilusoria espera de tiempos mejores que ni siquiera se vislumbran.
O quizás sí, pues en su mensaje de inicio de año el presidente Milei se gratificó de anunciar que, siguiendo este rumbo, la Argentina podría ser la nueva Irlanda en 45 años, promesa que no llegaría a emocionar ni a las chicas y chicos que hoy finalizan la primaria. Dudo que haga falta detenerse en las diferencias históricas y coyunturales entre ambos países, suponer que el presidente admira el ingreso de fuertes capitales extranjeros a la isla europea, o evaluar si omite la inversión pública en salud y educación de dicho país que el rechaza en el nuestro. Ni Gran Bretaña ni Irlanda, ni la Argentina agroexportadora del siglo XIX ni la neoliberal y privatizada de los 90. No perdamos el tiempo en eso ni en resignarnos a que no existen otras alternativas posibles a estas medidas de hambre y devastación. Inventemos antes que sigan poniéndonos en el horizonte pesadillas del pasado