1460

1349 – La crueldad que no caduca

En su intento por tratar de comprender como los régimenes totalitarios del siglo XX habían sido posibles, Hannah Arendt acuña el concepto “banalidad del mal” para explicar las complejas conexiones entre el pensamiento, la conciencia y el juicio y cómo este entramado puede ser destruido mediante el terror y el aniquilamiento de la política.

 La filósofa sigue el juicio a Adolf Eichmann, uno de los  jefes de la Oficina Central de Seguridad del Reich que se encargaba de la  logística de la concentración y deportación de los judíos europeos a los campos de exterminio. Lo impactante del caso Eichman es que no se evidenciaban en él rasgos sádicos ni de una perversidad patológica, ni siquiera un marcado antisemitismo, tampoco un intelecto sobresaliente.

La turbación frente a la banalidad del mal surge entonces de la desproporción entre los horrendos crímenes de Eichmann y su personalidad simplona. Arendt dirá: “Lo más grave era precisamente que hubo muchos hombres como él, y que éstos no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terrible y terroríficamente normales. Desde el punto de vista de nuestras instituciones jurídicas y de nuestros criterios morales, esta normalidad resultaba mucho más terrorífica que todas las atrocidades juntas, por cuanto implicaba que este nuevo tipo de delincuentes (…) comete sus delitos en circunstancias que casi le impiden saber o intuir que realiza actos de maldad.”

 En  sus declaraciones se advertía que su sentido de moral y justicia no se había conmovido en forma especial por los crímenes cometidos estatalmente. Eichmann se percibió siempre en armonía con la moralidad sus conciudadanos y en el marco de la legalidad instituida por el régimen nazi, del que además participaba con un cargo jerárquico. En efecto, Arendt entiende que este accionar pudo originarse y expandirse  en el contexto de una esfera pública auténtica destruida, donde todo sentido por la política y la moral, lo público y lo privado se había extraviado, y  era posible desentenderse de la responsabilidad política de los actos propios y del apoyo a las acciones de los otros. La banalidad del mal no es un problema de fuerzas demoníacas ni monstruos sino que “tiene lugar entre los hombres. Aparece justamente allí donde este espacio ha sido destruido”.

El cierre de Télam y el despido de aproximadamente 700 trabajadores fue una de las primeras medidas de achique del Estado y limitación a la diversidad informativa que llevó adelante el gobierno de Milei y que estuvo llamativamente celebrada por distintos sectores de la sociedad y hasta por funcionarios del gobierno nacional en sus redes. Aún no nos reponíamos del espanto cuando avanzaron los despidos en el Anses, Parques Nacionales, la Televisión Pública, Bibliotecas públicas y demás dependencias estatales. El mismo Milei anunció como un logro de su gestión haber echado a 50.000 empleados públicos al tiempo que prometió dar de baja 70.000 contratos laborales más. Como ya dijimos, cada una de estas medidas viene siendo vitoreada por parte de la sociedad y por el gobierno que no ahorra en sarcasmo. Este desguace construye su pobre justificación en la idea del Estado parasitario y la figura del ñoqui, que a esta altura ya parece el principal culpable de la pérdida del salario, la baja del consumo y la deuda con el FMI.

No es un dato menor que el mote de ñoqui se relacione exclusivamente al universo del empleo estatal y que por ende pone bajo sospecha a todas las trabajadores y trabajadores del ámbito público. De la misma forma, cualquier reclamo de reparación salarial o respeto de sus derechos laborales queda estigmatizada y bastardeada, como ya venimos advirtiendo en la lucha del personal de salud en nuestra provincia o el reclamo  docente frente al recorte del FONID a nivel nacional.

Como bien señalaba Martín Kohan en una entrevista para Futurock, hoy “la crueldad está de moda en la Argentina. Luce bien. Cae bien” Tenemos un presidente “que se regodea en la crueldad”, que la legitima de forma permanente y un sector de la sociedad que aplaude. En un tejido social sumamente resquebrajado, el gobierno alienta la bronca de la población y fomenta su descarga violenta en la modalidad de crítica hacia sus mismos conciudadanos. Antes eran los “planeros”, hoy los trabajadores del estado, ¿a quién tocará la semana próxima?

Hoy no estamos en un régimen totalitario pero sí en una fase de neoliberalismo avanzado que exalta el éxito individual sobre las conquistas colectivas. Pero hoy como ayer el carácter del medio social y político habilitan ciertas conductas al tiempo que anestesian la conciencia o las posibilidades de reflexión frente a hechos atroces (¿no es atroz un comedor sin alimentos, una paciente oncológica sin su medicación, un jubilado cobrando en cuotas una pensión de hambre?). El peligro es evidente, no se trata de un gobierno que hace ejercicio de la crueldad sino que, por sobre todo, la justifica como postulado ético. No miremos para otro lado.

Categorías: 1460, Slider

Dejá una respuesta