La imagen es impactante y a la vez tremendamente familiar. Una mujer cuenta que la despidieron tras 15 años de trabajar en el INADI. Ella estaba en proceso de jubilación pero al gobierno le urgía echar a los trabajadores estatales para ser más fmísta que el mismísimo FMI. El video es una bomba anímica, debería tener la advertencia de contenido sensible, pero ninguna advertencia puede alcanzar para los comentarios y dichos de los incontinentes verbales que todavía quieren darle tiempo al gobierno.
Todavía se escucha a los esperanzados… que se van callando de una buena vez pero no sin hacer eso de lo que no se vuelve: festejar los despidos o los enormes actos de crueldad del gobierno que votaron.
Aparecen los testimonios de aquellos a los que les van llegando las facturas y muestran cierta decepción, pero mueren en su ley al afirmar que “no había otra”. Nadie se creía subsidiado, nadie se creía parte de un conglomerado de políticas e instituciones públicas, realmente todos se creían Vicentín.
Asistimos a una crisis del sentido de comunidad como pocas veces se vio en nuestro país. Es un clásico de nuestra Nación la aparición de movimientos solidarios de gran magnitud y que cada catástrofe encuentre una rápida respuesta solidaria. Sin embargo cada vez más vienen apareciendo las solidaridades a cambio de fotos, exenciones impositivas o agradecimientos pomposos… una marateización de la solidaridad. Esto de que si Santi Maratea hiciera colectas entonces podríamos resolver los problemas. Esto de que el dinero lo resuelve todo, como si no hubiera cabezas pensando en mejorar procesos y experiencias en un aparato tremendamente viejo pero igualmente necesario para la humanidad.
Efectivamente la pandemia rompió psíquicamente a una gran parte del país y quienes debieron gestionar mejor esta crisis de la salud mental no hicieron más que mirar hacia otro lado o fomentar sentimientos de odio e indignación. Y esto no va solo para la dirigencia política, se suma el malestar que produjeron algunos representantes gremiales, medios, etc. Y es que primó la ley de las redes sociales. Si en los medios bad news es good news, en las redes sociales la indignación o el enojo son métricas y por consecuencia dinero.
Podemos tolerar el odio a las papas fritas, el delirio megalómano, las palabras vacías…
El límite de la esperanza en Jamoncito y su crew influencer tiene que ser justificar la crueldad. De pasar ese límite no se vuelve. Si te alegran los despidos, ojalá que te mejores pero dudamos que lo logres.