Nada parece hacer mella en la imagen del presiduende en un contexto de polarización extrema. Quienes no lo queremos, no hay forma de que lo queramos. Pero quienes lo bancan, lo harán a cualquier costo porque “la diferencia entre un genio y un loco es el éxito”. Y la verdad es que sí. Definirlo como un loco le da un grado de simpatía propio del que dirige una página de memes. Pero si dejamos por un momento de aislarlo de su contexto, Milei es el presidente y es la persona más cruel que alguna vez estuvo en el Ejecutivo.
La indiferencia de jamoncito es total. Él usa Twitter, culpa de sus males al pasado o a los que no colaboran, nos mete en quilombos diplomáticos y quienes son fáciles de asustar inmediatamente se ordenan en un juego que a él le es completamente ajeno. La sociedad lo mira como miran a Furia de Gran Hermano insultar a diestra y siniestra porque es divertido. “La casa de Gran Hermano es para eso”, dicen los fanáticos. “Para pelear a los gritos y hacer estrategias desestabilizadoras”, es pop para divertirse.
El problema es que la Casa Rosada no es la Casa de Gran Hermano y el límite para entender que no tenemos posibilidad de que haya un éxito que lo convierta en un genio nos va a venir de la forma menos esperada y más dolorosa posible. Algún heroico transeúnte lo calificó bien: “Estoy de acuerdo en que Milei haga mierda todo para que aprendan los que lo votaron, porque el impuesto al pelotudo debería ser el más caro”.
Algo es claro: Este es el momento ideal para ver cómo se comporta la gente. Los que están en lugares de decisión, los que están con chances de joderle la vida al resto y aprovechan. Los que eligen salvarse solos. Tomen nota, porque ahora sí estamos todos desnudos.
Enfrente ni hablar: felices, manifestando crecimiento económico con vibras positivas y fuerzas del cielo. Felices y orgullosos de ser imbéciles.